Hacia una investigación crítica desde el Sur
- lmelendezg
- 14 oct
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Actualizado: 15 oct
Quisiera comentar dos artículos publicados en el reciente número 62 de la Revista Andina del Centro Bartolomé de las Casas (Perú), dedicado al dossier Hacia una investigación crítica desde el Sur. Se trata de “Enfoques críticos y metodologías encarnadas: apuestas para una investigación transformadora”, de Caroline Weill, y “Entre el centralismo y la (ausencia) de crítica: discutiendo en breve dos tensiones que atraviesan las ciencias sociales peruanas”, de Pável Aguilar Dueñas. En conjunto, ambos textos examinan con lucidez las desigualdades estructurales que atraviesan la producción del conocimiento en la academia peruana y, al mismo tiempo, proponen enfoques y estrategias metodológicas orientadas a enriquecer la práctica investigativa en sintonía con las realidades urgentes de amplios sectores sociales. Aunque sus reflexiones parten del contexto peruano, los autores identifican dinámicas que resuenan también en otras academias periféricas, igualmente atravesadas por las asimetrías globales en la distribución de recursos, reconocimiento y capital académico.
Caroline Weill es francesa, doctoranda en antropología en Francia y, como ella misma se presenta, peruana “de derecho, tras naturalizarme”. Su artículo propone despatriarcalizar y descolonizar las prácticas de investigación, cuestionando los paradigmas eurocéntricos que sustentan “cierta separación entre sujeto y objeto de estudio, entre emocionalidad y racionalidad, y entre teoría y práctica” (p. 44). Lejos de reproducir el ideal de “neutralidad científica”, Weill se posiciona explícitamente como feminista y activista, abogando por una ciencia comprometida con la emancipación y la transformación social. Su interés en la minería y las relaciones de género en el sur peruano—relata—no surge de una inquietud puramente académica, sino del cruce entre su militancia política y su experiencia de trabajo con comunidades altoandinas. Su trabajo académico lo emprende desde una posición reflexiva, reconociendo y asumiendo sus privilegios de clase y su condición de mujer blanca en un contexto marcado por profundas desigualdades históricas.
Weill sostiene que las estructuras coloniales y eurocéntricas continúan organizando la producción global del conocimiento, configurando un escenario en el que el Norte casi siempre estudia al Sur. Esta lógica, advierte, se reproduce internamente en el Perú a través de un “colonialismo interno”, en el que los discursos académicos emanan “de sectores urbanos, mestizos-blancos, clase medieros o altos” (p. 50). En este entramado de relaciones de poder, sugiere Weill, toda interpretación está condicionada por la relación que se establece con el “objeto” de estudio: “un mismo tema puede ser abordado de forma radicalmente distinta en función de la relación que se tiene con el objeto de investigación” (p. 52). De allí que considere que el vínculo personal y el compromiso militante no solo constituyen una posición ética, sino también una fuente epistémica legítima capaz de abrir nuevas sendas en la investigación social.
En esa línea, Weill argumenta que la experiencia compartida con las mujeres rurales con quienes se relaciona—el “dolor” de ser mujer y la “rabia” frente a las violencias masculinas—le permite identificarse y conectar profundamente con ellas. Este “punto de partida íntimo” se convierte en una fuerza metodológica que modela su modo de aproximarse a las “compañeras”; es también una forma de poner en cuestión las relaciones de poder y la distancia entre sujeto y objeto de estudio: “mantener una relación personal y afectiva con el objeto de investigación es tal vez un punto de partida para romper con esas lógicas de poder” (pp. 54–55). Aunque reconoce que esa identificación y vínculo es incompleto por los múltiples elementos raciales y socioeconómicos que la distancian de sus interlocutoras, su enfoque busca participar con ellas en procesos conjuntos de creación de sentido que, potencialmente, pueden tener un efecto transformador.
El planteamiento de Weill resulta particularmente sugerente. Su defensa de una investigación comprometida no solo interpela la ficción universal de la objetividad, sino que invita a repensar el sentido mismo del quehacer académico. En lugar de aspirar a una “neutralidad” imposible, su propuesta convoca a explorar “otros ángulos” de la realidad y a imaginar trayectorias intelectuales más híbridas, porosas y permeables entre el mundo popular y la universidad. Sin embargo, esta apuesta también abre un conjunto de interrogantes éticos de gran relevancia: ¿cómo conciliar la militancia o el compromiso estrecho con aquellos hallazgos que puedan contradecir nuestras propias convicciones?
El ensayo de Pável Aguilar dialoga con el de Weill al iluminar la persistencia del centralismo y la reproducción de una “periferia de la periferia” (p. 100) dentro de la academia peruana. Aguilar sostiene que la lógica centro–periferia continúa restringiendo el desarrollo de las ciencias sociales en el país y que el compadrazgo universitario asfixia el debate intelectual en aquellas regiones situadas lejos de Lima, la capital. Si bien reconoce la existencia de esfuerzos locales por cultivar pensamiento crítico, advierte que “es bastante difícil—aunque no imposible—encontrar en las regiones la figura del profesor investigador o de la profesora investigadora” (p. 97). En este punto, habría resultado enriquecedor que Aguilar incorporara una reflexión más personal—siguiendo la aproximación de Weill—, considerando su propio tránsito académico desde Trujillo hasta una universidad de prestigio en la capital. Tal ejercicio habría permitido ofrecer una perspectiva encarnada sobre las tensiones que él mismo analiza.
Aguilar profundiza su crítica al señalar el predominio de un "enfoque punitivista" en el análisis social peruano, el cual tiende a reducir la complejidad de los problemas a juicios morales de “buenos y malos” y a promover soluciones inmediatas igualmente simplificadoras. Frente a ello, plantea la necesidad de una “perspectiva de politización” que permita un abordaje contextualizado e históricamente situado, capaz de reconocer y desentrañar las relaciones de poder y desigualdad que estructuran los fenómenos sociales. Ilustra esta tendencia con el caso de la minería artesanal en Madre de Dios, en la amazonia peruana, donde la lectura dominante “reduce el análisis a los pasivos tributarios y ambientales generados por estas actividades” (p. 103), invisibilizando las desigualdades estructurales, el racismo y la diversidad de formas productivas que caracterizan a la minería en esa región.
Como investigador de estos temas mineros, yo añadiría que existe una auténtica “maquinaria punitiva”—con tentáculos académicos, políticos y mediáticos—que opera no solo a escala nacional, sino también global, imponiendo interpretaciones hegemónicas y moralizantes sobre determinados fenómenos mineros. En el caso de la minería artesanal, dicha maquinaria tiende a promover por defecto un "extractivismo oscuro", con lecturas “ambientales” y “criminilizadoras”, dejando escaso margen para voces disonantes o aproximaciones más matizadas. Las interpretaciones que se apartan de esos marcos son con frecuencia objeto de cuestionamiento—ya sea en conferencias, medios de comunicación o en revisiones de revistas especializadas—por no enfatizar suficientemente tales dimensiones; mientras tanto, quienes reproducen las narrativas dominantes rara vez enfrentan exigencias equivalentes de complejidad o de autocrítica.
En suma, Weill y Aguilar examinan con agudeza las limitaciones estructurales de una academia marcada por la precariedad y el centralismo. No obstante, más allá del diagnóstico, y sin incurrir en una romantización de la “precariedad” de las academias periféricas, resultaría pertinente destacar—en futuras reflexiones—las innovaciones metodológicas y creativas que los investigadores del Sur despliegan precisamente en medio de esas condiciones adversas. Tal vez sea allí, en esos intersticios de carencia y compromiso, donde se estén gestando las formas auténticamente decoloniales de producción del conocimiento.
Luis Meléndez
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